1 nov 2009


EL ARTE ES UN ASUNTO SENTIMENTAL

Hierro y Poesía – Cosmoarte 2009

Publicado originalmente en el catálogo Cosmoarte 2009 - Cosmopoética


Epifanio Molina tiene las manos grandes y está enamorado del metal. A su padre le gusta sobrevolar el cielo de la Subbética en un ultraligero. Los dos conducen la empresa familiar Metalesmo, son metalúrgicos y mecenas: van a producir gratuitamente las esculturas en metal de la exposición Hierro y Poesía, para Cosmoarte 2009.
Epifanio convertirá en metal las ideas de quince artistas plásticos. Quizá fuese el destino natural, que Metalesmo y el arte se encontrasen algún día. Así ha sido. He visto a Epifanio acariciar el metal como una madre cuando alinea con el dedo el flequillo de su hijo; limpiar las rascaduras de óxido con un soplido preciso; o retorcer una vara de hierro con las manos, entendiendo hasta dónde puede modificar la pieza sin alterar su nobleza. Es un artesano, como lo fueron los vidrieros de Bohemia, o Stradivarius, que construyó sus mejores violines con la madera de un abeto dormido en el lecho de un río. Epifanio, nombre que comparten padre e hijo, viven lo artístico con naturalidad -como debe ser-, porque comprenden la emoción del arte a través de la naturaleza del metal sin necesitar intermediarios culturales. Trabajar con él es una lección de humildad, en Metalesmo no caben posturas elitistas ni aires de distinción, porque a los artistas plásticos y a los metalúrgicos nos une el sudor, las agujetas, las manos musculadas y el gusto por lo físico. Cada pieza es única, y Epifanio lo sabe. Cuando manipula el metal se establece un diálogo entre artesano y objeto que parece una confidencia. El hierro está vivo, hay que entenderle como si fuese una planta o un pájaro. Es sensible al viento, al sol, se moja, puede reflejar nubes y envejecer. El hierro nace de la tierra como los árboles, conserva el color de las montañas, es de siempre -como la piedra, el aceite o el agua-, por eso está en nuestra contemporaneidad. El hierro es fuerte y bueno, su naturaleza robusta infunde respeto, pero también está huérfano en medio de nuestra era digital, por eso no despierta temor sino ternura, como esos bellos gigantes, tremendamente solos e incomprendidos: King Kong, Moby Dick, Frankenstein o el Monstruo del Lago Ness. Esta bondad se nota enseguida al entrar en Metalesmo, la mirada profunda y comprensiva de Epifanio dota de amabilidad al hierro, o quizá la ternura del hierro dota de grandeza a su persona.

La nave industrial parece un refugio donde guardar -la armonía-, para volver a enseñarla después de un desastre mundial. Las máquinas y los tubos forman laberintos como en un jardín ilustrado. Sabemos que es una fábrica, pero el sitio conserva la intimidad de La Fragua de Vulcano, y Epifanio parece Esautomátix, el herrero vocacional de los tebeos de Astérix. Metalesmo investiga nuevas aplicaciones, busca soluciones; hicieron La Puerta del Ángel en el Retiro de Madrid; o la fachada en acero corten de los talleres del nuevo complejo Museo Medina Azahara. Metalesmo trabaja como el cocinero, que paladea en el pensamiento un sabor antes de encontrar la combinación de especias que lo haga realidad. ¿Acaso esto no es arte? El pintor también intuye imágenes para ajustarlas a sus sentimientos antes de elegir los pigmentos; o como aquellos navegantes, que presentían nuevos continentes asomados a la escollera antes de partir. En definitiva, Epifanio, padre e hijo, tienen algo de visionarios. Su empresa es metalúrgica, pero en realidad es un gran taller de alquimistas donde los sueños se hacen realidad. Así lo entendió su vecino en Baena y pintor Ramón Torres Piernagorda (Generación Eutopía07) cuando Epifanio le habló de la posible unión entre arte y metalurgia en Córdoba. Ramón trasladó la idea a nuestro querido Miguel Ángel Moreno Carretero (artista plástico, ilusionista y director de Scarpia), convocando éste a 15 artistas residentes en Córdoba, para que casaran su trabajo en hierro con los poemas de otros quince poetas cordobeses.

Cuando fuímos a Baena y se nos explicó el proyecto, nació una especie de júbilo colectivo. Nadie reprimía la alegría; algunos ya queríamos ceder nuestras piezas a la incipiente colección de arte Epifanio Molina – Metalesmo, y enseguida celebramos aquel maridaje en el restaurante más cercano. Aquello se recordará como un encuentro de artistas, profesionales y entusiastas del arte, pero difícilmente podría explicarlo un crítico de arte: lo que allí estaba surgiendo no se podía contextualizar ni evaluar por su actualidad, porque el nacimiento de Hierro y Poesía era un asunto sentimental. Todos éramos creyentes del arte –incluso el camarero que nos echó la foto-. Se nos escapaba el cariño para Miguel y Epifanio por oficiar aquella ceremonia. Estábamos agradecidos. Se oían exclamaciones optimistas y murmullo de banquete, exaltación de emociones, mucha esperanza en la mirada y certeza de prosperidad. Una vez más confundíamos el arte con la vida, aderezando esa bola de amor con vino tinto, revuelto de tortilla y gambas, sabroso pescado, postre delicioso y café. Estábamos sentados a la mesa como en un bautizo, de izquierda a derecha: Epifanio Molina Jabelquinto, Sara Torres Rodríguez, Epifanio Molina Ávila, Miguel Moreno Carretero, Rafael Bioque, Miguel Gómez Losada, Paloma Montes López, Paco Salido, Tete Álvarez, Juanjo Caro, Jacinto Lara, Hisae Yanase, María Maya, José Carlos Nievas, Antonio I. González, Nieves Galiot, Manolo Garcés, Cristina Cañamero, Sara Moyano, Ramón Torres Piernagorda, Paco Ariza, Manolo Muñoz y Javier Flores, dispuestos a soñar con la criatura de hierro. Y a trabajar.


Miguel Gómez Losada